Salamanca es una ciudad a escala humana, pensada para el
paseo, para perderse y para encontrarse. Por eso, además de las puertas y las
rutas, la definen también sus rincones, llenos de sorpresas, acentos, encanto.
Lugares que los turistas, muy pocas veces visitan ya que se centran en lo que
más se ve.
Cueva de Salamanca.
Salamanca es una ciudad dorada, lógica y
bella como pocas, esconde sin embargo otra, oculta, enigmática y atractiva. En
esta Cueva, en la cripta de la antigua iglesia de San Cebrián y la torre de
Villena, donde la leyenda sitúa la escuela en la que el diablo enseñaba
ciencias ocultas, y de la que el Marques de Villena escapó y en la huida perdió
la sombra; es donde se haya, según dicen, el acceso a esa otra ciudad y a su
universidad nigromante, alquímica, iniciática, la de todos los que creen que
esta realidad no es sino una de las posibles.
Situada junto a una de las calles más
comerciales del centro, esta plaza es un lugar ideal para darse un respiro. Los
Palacios de Arias Corbielle y de San Boal llevan siglos flanqueándola. Los
balcones y dibujos de la fachada son del siglo XVII.
Se estructura exterior es de adarve, simulando
un patio o calle sin salida, nos retrotrae a la antigua judería que estuvo
asentada en la calle que da nombre a la misma. Es la actual sede de la Escuela
de Hostelería.
Huerto de Calixto y Melibea.
Vinculado a una obra literaria
de la Celestina como uno de los probables escenarios en los que se sitúa la
historia. Se trata de un jardín de influencia musulmana, donde las plantas
olorosas y árboles frutales permiten el disfrute de los sentidos cuando se
pasea por sus recovecos.
Novelty.
El café centenario desde el que Torrente Ballester
miraba y mira el mundo, ya que ahí sigue sentado dispuesto a charlar y a
escribir.
Junto al Convento de las
Ursulas, que alberga el sepulcro del Arzobispo Fonseca, un concurrido espacio
rodeado de historia. La residencia en la que vivió el rector Miguel de Unamuno,
el Palacio Monterrey o la legendaria Casa de las Muertes. Por la noche los
faroles iluminan la calle adoquinada vigilada desde lo alto por el torreón de
las Ursulas.
El Tormes marca el límite entre las sierras y
los campos, entre la ganadería y el cereal. Es el devenir, el tiempo y un paseo
muy atractivo entre chopos, olmos y sauces llorones. No hay que perderse la
visita a los nenúfares de la Huerta Otea.
(o) Buena entrada ;)
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